Sumario: | “Excuse me, I don't speak Dutch!”. No me escuchó. O no le importó. Solo continuó con su indignada queja que supe era queja por las inflexiones de su voz, el arqueo de las cejas y el dedo índice agitándose en el aire. Guardé la cámara de fotos y me alejé con disculpas. “I’m sorry. Sorry!” La mujer en la bata seguía maldiciéndome en la lengua germánica desde el umbral de su casa, mientras mis pies volaban en los pedales, antes que la cosa se pusiera peor. Después de vivir seis meses en Utrech aprendí a manejar la bicicleta con más destreza que con los esporádicos paseos por la rambla, lo que me permitió una fuga oportunamente prolija.
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