La preocupación por la educación de la primera infancia en Uruguay surgió en la segunda mitad del siglo XIX, con Enriqueta Compte y Riqué, quien intuyó, sin demasiados fundamentos científicos, la importancia de educar en los primeros años de vida. A partir de allí, la educación infantil ha construido lentamente el camino de encuentro entre el crecimiento de la cobertura y la calidad. Mantener el delicado equilibrio entre calidad y cobertura es uno de los grandes desafíos que ha enfrentado y enfrenta la Administración Nacional de Educación Pública. Los esfuerzos constantes han aumentado y mejorado la infraestructura, los recursos, el marco curricular, sin embargo, el objetivo central, se estima, debe ser fortalecer la intervención docente. La calidad de los aprendizajes del alumnado no tiene otra “llave” que una intervención oportuna y potente. En esa intervención, la clave es la docencia. En este marco, la búsqueda de recursos innovadores es vital, como el uso de la Evaluación Infantil Temprana (EIT), adquirida por el Consejo Directivo Central a Canadá en 2014, que tuvo la finalidad de detectar oportunamente las dificultades del alumnado de cuatro y cinco años para abordar la lectura. Conocidas esas barreras individuales, la docencia del nivel inicial podría intervenir, con fuerza y oportunamente, para minimizar los fracasos y lograr una educación de calidad. ¿Cómo perciben las docentes de cinco años del departamento de Colonia, pioneras en la aplicación de EIT, los aportes de la evaluación de desarrollo? ¿Perciben la herramienta como un aporte a la calidad de su intervención? El objetivo de esta investigación ha sido conectar las percepciones de estas maestras sobre la evaluación de desarrollo con algunos de los indicadores que se utilizan para describir calidad.