Dentro del marco de la estructura social moderna occidental actual continúa presente y vigente un capitalismo como modelo hegemónico que tiñe todos los niveles de la práctica educativa, en tanto praxis que trasciende la práctica docente aúlica institucionalizada formal. Los circuitos de relaciones sociales que se establecen dentro de las instituciones educativas son y están en consonancia con el modelo mencionado. La solidaridad social apenas se manifiesta a nivel orgánico funcional: La relación yootro solo se genera y articula a partir de funciones sociales. Los roles sociales han logrado ser la expresión social de las relaciones humanas emergentes de la práctica educativa. Las interacciones sociales situadas institucionalmente expresan un vacío que refleja los procesos de deshumanización. Esto se enmarca en la tensión permanente expresada en el binomio inclusión-exclusión a partir de la cual predomina la razón instrumental y pierde su espacio la sensibilidad del reconocimiento de la condición humana. Las instituciones educativas pasan a ser un espacio de reflejo de desigualdades sociales instaladas a todo nivel y cuya reproducción se expresa en procesos de estratificación social. El resultado: un sujeto contemporáneo invisibilizado y no conocedor de sus derechos humanos. En este contexto, se requiere el re-pensar la práctica educativa institucionalizada con el fin de dar cabida a los conceptos que son la base de procesos de democratización: derechos humanos, inclusión y justicia social. La práctica educativa institucionalizada tendría que comenzar a agendarse como una oportunidad histórica de encuentro entre sujetos pensantes para la reconstrucción de un nuevo proceso de humanización.